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PEQUEÑOS SABIOS




Cuentos
El caminante de los pies gigantes
Había una vez un señor muy alto, que tenía los pies tan grandes, que con un solo paso avanzaba como si hubiera dado tres.
El señor estaba orgulloso de sus pies, porque gracias a ellos podía hacer lo que más le gustaba: viajar.
Así, recorría con gusto los caminos. Su única propiedad era una bolsa donde guardaba un recuerdo de cada lugar que visitaba.
Un día se encontró a un pastor; luego de platicar un rato, éste le presumió:
–Fíjate que allá en mi tierra, viven unos peces que vuelan; y tú ¿de dónde eres?
El señor se quedó callado. No recordaba de dónde era, por eso respondió:
–No sé. Hace tanto tiempo que viajo, que ya lo olvidé.
–Si quieres te llevo con alguien que te puede ayudar –dijo el pastor.
Entonces fueron a ver a un gran sabio que vivía en una cueva.
Allí, el sabio dijo:
–Busca unas piedras que tienen huellas de pies como los tuyos; aunque escuches ruidos extraños, no temas, allá conocerás tu origen.
A partir de ese día, el señor caminó más rápido aún, pues deseaba encontrar las piedras. Fue al mar, a los cerros y al bosque, pero las piedras no aparecían.
Así lo hizo, pero su viaje era cada vez más largo. Ya le dolían los pies y miraba sin interés lo que había a su alrededor.
Una tarde oscureció temprano y el señor no pudo continuar su viaje. De pronto, oyó unas voces en el viento. Asustado, puso una mano sobre su oído y se durmió.
En su sueño, vio dos gigantes parecidos a él, aunque más altos y con pies enormes.
–Ha terminado tu búsqueda –le dijo uno de ellos.
El otro gigante continuó:
–Un día, a nuestro pueblo lo destruyó el egoísmo. Tú eres el último gigante, ahora que lo sabes, sigue tu viaje y haz el bien.
En eso, el señor despertó. Frente a él, estaban las piedras que tanto buscó. Eran muy grandes y tenían las huellas de sus antepasados.
Luego de un rato, recogió una piedrita y la guardó en la bolsa de su pantalón.
Era tiempo de seguir su camino, ya sabía dónde había nacido.
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Gloria Morales Veyra, El caminante de los pies gigantes, Claudia de Teresa, ilus. México, SEP-CONAFE, 2001.
El canto de las ballenas.
La abuela de Lilly le contó una historia.
–Alguna vez –dijo–, el océano estuvo lleno de ballenas. Eran tan grandes como las colinas y tan apacibles como la luna. Eran las criaturas más maravillosas que puedes imaginar.
Lilly se acomodó en las piernas de su abuela y ella siguió contando:
–Yo acostumbraba sentarme al final del muelle a esperar a las ballenas. Algunas veces, pasaba ahí todo el día y toda la noche. Súbitamente las veía venir desde muy lejos nadando hacia el muelle. Se deslizaban por el agua como si estuvieran bailando.
–¿Pero cómo sabían las ballenas que tú estabas allí, Abuela? –preguntó Lilly–.¿Cómo podían encontrarte?
La abuela sonrió.
–Bueno, tenías que ofrecerles algo muy especial. Un caracol perfecto. O una hermosa piedra. Y si tú les agradabas, las ballenas se llevaban tu regalo y te daban algo a cambio.
–¿Qué te regalaban, Abuela? –preguntó Lilly– ¿Qué te ofrecían las ballenas a ti?
La abuela suspiró. –Una o dos veces –dijo en voz baja–, una o dos veces, las oí cantar.
De pronto, el tío Federico entró al salón.
–¿Qué tonterías andas diciendo? ¡Chocheras de vieja! –exclamó–. Las ballenas eran importantes por su carne, por sus huesos y por su grasa. Si vas a contarle algo a Lilly, cuéntale algo útil. Deja de llenarle la cabeza de necedades. Ballenas cantando,
La abuela continuó: –Las ballenas vivían aquí millones de años antes de que existieran barcos y ciudades. La gente solía decir que las ballenas eran mágicas.
–Lo que la gente hacía era comérselas y cocinarlas para obtener su grasa –gruñó el tío Federico y dando la vuelta, salió al jardín.
Esa noche, Lilly soñó con las ballenas. En sus sueños las vio tan grandes como las colinas y más azules que el cielo. En sus sueños, las oyó cantar y sus voces eran como el viento. En sus sueños, las ballenas saltaron del agua y la llamaron por su nombre.
A la mañana siguiente, Lilly bajó sola al mar. Caminó hasta el final del viejo muelle donde las aguas estaban quietas. Tomó de su bolsillo una flor amarilla y la dejó caer. –Esto es para ustedes –gritó al aire.
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Dyan Sheldon, El canto de las ballenas. México, SEP-Ekaré, 2003.



